Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 3 de septiembre de 2017

“¡A las armas que son los nuestros!” o una disputa guerrillera en Medina de Pomar


Estamos en 1810, a principio del verano, un verano alejado de cualquier alegría a causa de la guerra patriótica que estalló en mayo de 1808 para salvar el honor y la honra de aquella España desmadejada y malvendida. Los imperiales machacan a las fuerzas hispanas y buscan reembarcar a los ingleses que pululan por España y Portugal. Por si fuera poco, en la América Española ha prendido, definitivamente, la llama de la emancipación lo que obliga –irónicamente- a destinar tropas y dineros a su extinción y se pierden los capitales que se recibían de allá.


El ejército napoleónico de Portugal consta de 125.000 soldados situados en el eje Irún, Burgos, Valladolid a Salamanca. Frente a ellos tenemos restos de unidades del ejército regular de poca efectividad y peor imagen. Sólo las tropas de Wellington pueden enfrentarse a los franceses. Un total de 320.000 soldados “azules” contra 190.000 “aliados”.

¿Qué nos salvaba de la quema? La flota de “la pérfida Albión”, como diría Pérez-Reverte, y entre 35.000 a 50.000 guerrilleros que inmovilizaban fuerzas imperiales; entorpecían las comunicaciones con París; y minaban recursos y abastos. Contra ellos el general Dorsenne, jefe del extenso 5° gobierno militar de Burgos, organizó ocho columnas móviles compuestas cada una de 200 caballos ligeros y 600 soldados jóvenes (los veteranos eran muy valiosos) combinadas de forma que dos o tres de ellas pudieran siempre unirse.

Casa de Medina de Pomar (2012)

Y, esta ventaja, la guerrilla, era también un problema: multitud de pequeñas partidas poco eficientes. Las autoridades hispanas necesitaban someterlas a la autoridad “legal” y concentrar sus operaciones militares para que dejasen de correr como pollos sin cabeza. Había que designar jefes guerrilleros.

Pero eso no iba a gustar a todos…

Aunque a Francisco Tomás de Anchía y Urquiza (alias Longa) esa parte sí: el general Mahy le nombraba Comandante Subalterno del Corso Terrestre. En su partida había patriotas alaveses de origen civil; muchos desertores imperiales (alemanes e italianos que recibían un estipendio por desertar); guerrilleros de partidas absorbidas; militares españoles desperdigados; y parientes del jefe: dos de sus cuñados (Pedro y Vicente Tros de Harduya); su primo el clérigo Miguel de Urquíza; su hermana Ramona y varios primos Anchías… Al antiguo herrero le hubiera gustado aumentar su fuerza con levas forzosas de gente de Las Merindades, Valdegovía y llanada alavesa pero los pueblos se oponían y él no disponía, todavía, de suficientes armas y munición.

Para hacerse valer ante el general Mahy se centrará en la captura de correos, lo que hoy llamaríamos labores de inteligencia… pero a tiros.

Juan Díaz Porlier

La partida –como ya hemos señalado- empezaba a tener un tamaño respetable pero esto la hacía más vulnerable y necesitada de recursos. Claro que, en contrapartida le permitía a Longa sobrevivir en el disputado mapa de los “señores de la guerrilla”. La zona alavesa ya estaba expoliada por unos y por otros y Longa necesitaba un refugio más alejado de las guarniciones francesas.

Se trasladó al triángulo formado por Medina de Pomar, Villarcayo y Moneo que será su cuartel general hasta su marcha en junio de 1813 (¡dos años!). Eligió bien: es una zona protegida por montañas y cañones. ¡No parecía haber cambiado nada desde la invasión mora! Además está entre Burgos, Vitoria, Bilbao y Reinosa, ciudades con fuertes guarniciones francesas. Y desde los cuales se lanzaron numerosos ataques contra la partida de Longa. Pero no todo eran las virtudes militares del sitio: en la zona estaban las salinas de las villas de Poza de la Sal y Salinas de Rosío que fueron la principal fuente de financiación de la partida. Y fuente de roces político-económicos sobre la merma o sustracción de sal.


En estos momentos muchos de los miembros de la partida no procedían de la zona, Las Merindades, y ni los guerrilleros ni Longa tenían condicionantes para refrenarse. Con la autoridad que le confería Mahy obtenía de los civiles las raciones y fondos para la vida, organización y combate de su guerrilla. No había otra ley que la de Longa. Les repito: era un señor de la guerra.

Pero debía engrasar a sus superiores nominales y así en sus envíos de correspondencia no se olvidaba de agasajar al general Mahy. Incluso mediante el envío de un militar francés de alto rango capturado en la emboscada del once de junio que ejercía de correo. Y de pedirle equipamiento bélico.

Longa sembraba para su futuro, por si acaso. Y ese “acaso” parece que había llegado. Había nubarrones procedentes del cuartel general de Galicia en el horizonte militar del herrero. El brigadier Porlier recibió de Mahy la orden de agrupar las partidas existentes en unidades superiores. De Porlier derivó al coronel De La Riva, que era el jefe de los Húsares de Cantabria, quien se entrevistó en Medina de Pomar con Longa. Al vascón no le hizo gracia el asunto y, acordada la cita para el día siguiente, aprovechó la noche para dar plantón al coronel. Hubo escusas aceptadas pero…


Francisco de Longa recibió una carta enviada por Campillo informando que Juan Díaz Porlier le había ordenado que arrestara a los Cuevillas. ¿Y eso? Pues era debido a que estos habían capturado a un oficial de Campillo. Longa se puso en marcha para cumplir la orden: el dos de julio los invitó a merendar en Medina de Pomar. Y, confiados en el herrero, les apresó.

Para redondear la jugada se apoderó de la infantería de la partida que eran unos 150 hombres (incluidos 65 alemanes). Con ellos logró 10 franceses prisioneros. Campillo pidió al vizcaíno que retuviera a los Cuevillas allí y que él acudiría a Medina a recogerlos al día siguiente. Quien dice “al día siguiente” dice cuatro días.

Al controlar la partida de los Alonso Cuevillas, mayor y menor, Longa inventarió lo que éstos traían. Por otro lado, y dada la situación, corrían rumores de que se iba a arrestar a Francisco de Longa. Por ello, este mantenía a su partida armada a las afueras de la ciudad.


Así, cuando Campillo llegó a la villa, “puso su tropa de infantería y caballería en el campo de San Andrés a la salida del Camino real de Laredo”. Los del vizcaíno vigilaban desde el otro lado del río Trueba. Frente a frente por espacio de dos horas. Longa se reunió con Campillo, los Cuevillas y otros oficiales para hacer entrega de lo inventariado y tomar un refresco en la casa de Antonio Sainz, su residencia accidental. “Corno se pusiera algún reparo por el citado Campillo en el recibo de las chaquetas, paños y lienzo, por echar de menos algunas de aquellas, se le indicó por el indicado (sic) Longa, que entre amigos no había de verificarse disputa ni quimera y que por lo mismo estaba pronto a satisfacer y pagar las que faltaban [...] y aunque por algún tiempo estuvo indeciso Campillo a las propuestas de Longa, por último resolvió el hacerse aquel cargo y caja de todo”.

La discusión continuó en la calle y Campillo “con mayor vileza se producía diciendo le faltaban tres hermanos y un tambor, a lo que el referido Longa, con mucha prudencia le contestó, ahí los tendrá o estarán en la prevención [...] pero Campillo sumamente enfadado profería diciendo, malditos sean los comandantes y malditos los soldados que no le querían obedecer, y maldita sea la Virgen, con expresiones feas, y cogiendo una pistola de su cinto, profería que se iba a matar con ella. Algunos de los oficiales le instaban y rogaban diciendo montase a caballo”.


Campillo salió por el arco de la muralla a todo galope, montado en su caballo blanco y, apeándose, sacó el sable y gritó: “Así viva Dios, este pícaro, carajo, puñetero, esta tarde me la ha de pagar” y dio orden a sus hombres de sacar las armas.

Llegó, entonces, a Longa la noticia de que uno de sus hombres había sido desarmado por el asistente de Campillo que le intentó también arrebatar el caballo, defendiéndose aquel con dos piedras. Unos alemanes de Longa fueron tras el asistente de Campillo y, en el tumulto, hubo disparos. Tras la algarada, Longa persiguió con su partida a la de Campillo, y gente de Cuevillas, cogiendo prisionera a casi toda la infantería.

¿Resultado? Longa sumó 62 alemanes y 60 españoles de los Cuevillas a su partida. Los hombres de Campillo después de un tiempo fueron liberados, la guerrilla de los Cuevillas desapareció, temporalmente, y Francisco de Anchía enseñó los dientes. Muchos dientes.


En medio de aquellas tensiones, el coronel Juan José de la Riva, recibió una orden de Mahy firmada el 3 de julio en Villafranca del Bierzo en la que se exhortaba a la agrupación de las partidas sueltas de caballería bajo mandos militares.

A longa no le hacía gracia. Pero eso será otra historia.


Bibliografía:

“Francisco de Longa, de guerrillero a general en la guerra de la Independencia” por José Pardo de Santayana y Gómez de Olea.
Mcnbiografias.com


Anexos:

Juan Díaz Porlier (Cartagena de Indias 1788-La Coruña 1815). Militar. su familia había ocupado altos cargos en la administración virreinal. Su apellido procede de la zona de Flandes. En la batalla de Trafalgar estuvo embarcado en el navío “Principe de Asturias”. Ha haberse redcido el número de barcos de la armada se incorporó al ejército y en 1806 es Capitán en el Regimiento de Infantería de Mallorca. En 1808 es Teniente Coronel de Granaderos y con veinte años de edad, en el Ejército de Extremadura que se dirige al Norte peninsular. Realizará actor heróicos en la batalla de Gamonal. Dada la situación orientará sus acciones a la guerra de guerrillas. La zona de operaciones de Porlier se extenderá entre el Duero y el Cantábrico, colaborando tanto con el Ejército de Galicia y Asturias como con la Armada británica. En diciembre de 1809 se encontraba operando en la zona de Pradilla y Valgañón, en el límite de las provincias de Burgos y Logroño con más de 2.000 hombres. Porlier aspiró siempre a transformar su unidad en una división bien instruida y disciplinada, por lo que perserveró en su entrenamiento. A comienzos de 1810 Juan Díaz Porlier formaba parte del ejército de Asturias con unos 1.000 hombres, que constituían la división volante “Cantabria”


Juan López Campillo (Valle de Liendo 1785- Francia 1832). Destacado guerrillero. Participó en 72 acciones bélicas entre 1808 y 1813 repartidas por toda la zona centro-norte peninsular, desde Navarra y La Rioja, hasta Burgos y el occidente cántabro, alcanzando el rango de Coronel. El 21 de junio de 1808 tomó parte en la acción del Escudo. Su guerrilla recibió el nombre de “Tiradores de Cantabria”. Las necesidades bélicas le unieron a la guerrilla de los cuevillas. Al principio de 1811 su guerrilla de Campillo fue agregada al 7º Ejército del general Gabriel de Mendizabal, sin que por ello perdiera su libertad de acción.


Nicolás de Mahy: (Madrid 1757 - La Habana 1822). Hijo de un brigadier de guardia de Corps de su mismo nombre, a los trece años entró en el ejército y continuó su educación hasta los dieciséis. A los veinte años de servir en este cuerpo llegó a exento de Guardias, graduación equivalente a la de coronel de Caballería.

El 5 de diciembre de 1798 fue ascendido a brigadier de ejército, y en 1803 obtuvo el mando político y militar de la provincia de Tuy. En 1808 la Junta de Galicia y luego la Central del Reino le confirieron el grado de mariscal de campo y el mando de la primera división del ejército, que formó en aquella zona el teniente general Joaquín Blake. El 1 de abril de 1809, el marqués de la Romana le nombró su segundo en el mando y le confirió después el de todas las tropas que operaron en Asturias.

Por sus méritos la Junta Central le ascendió a teniente general, siendo luego proclamado capitán general de Galicia. Dos proclamas: Valerosos gallegos y Gallegos se publican en Diario Mercantil de Cádiz, del 31 de marzo y 5 de noviembre de 1810.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.