Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 28 de mayo de 2017

Los muertos que vos matáis… (958-966)


Los leoneses se han quitado de encima al gordo Sancho I mediante el clásico golpe palaciego. Como se necesitaba un rey le toca el premio gordo –valga la broma- a Ordoño IV que fue motejado como “el Malo”.

Ordoño IV de León

Malo no puedo asegurar que lo fuese porque, ya se sabe, los historiadores son tendenciosos y favorables al pagador. Pero de lo que no hay duda es que era tozudo y ambicioso porque, junto al gordo, consumirán años de lucha por el trono. Y este Ordoño IV, ¿De dónde salía? Desandemos unos 45 años hasta la muerte de Alfonso III el Magno (911) cuando el reino se reparte entre sus hijos: Ordoño II como rey en León y Fruela como rey en Asturias. La clásica idea genial de debilitar el reino dividiéndolo y generando fronteras y tensiones donde no las había. Podríamos decir que en nuestra España actual hay también esa querencia hacia la división interna y la atracción hacia las taifas. ¿Por qué hacían esto los reyes moribundos? Ni idea. ¿Por qué lo hacen nuestros políticos? Ni idea. Quizá no les importaba el reino y sus gentes y querían quedar bien con todos sus hijos dejándoles trozos de su –insisto: su- patrimonio. (Lo anterior referido a los reyes medievales solo). O, tal vez, lo que pasase cuando ellos no estuviesen al mando les era indiferente (Esto vale también para nuestros políticos del siglo XXI). Total, ya nada de lo humano les afectaba. Egoísmo.

Cuando muere Ordoño II, sus hijos -los Ordóñez- pelean por el trono, pero se lo lleva su tío Fruela. ¡Unificados! Pero este nuevo rey muere pronto y los Ordóñez pelearán con Alfonso Froilaz, llamado “el jorobado”, al que derrotan. El mayor de los Ordóñez, que también se llamaba Alfonso y será Alfonso IV, reina en León, pero la muerte de su esposa le sume en una depresión, deja la corona e ingresa en un convento, por lo que se le llamará Alfonso “el Monje”.

¿Enrevesado? ¿Se han perdido? Yo las primeras veces también. Reléanlo. Así llega al trono Ramiro II que guerrea con Alfonso el jorobado –su primo- y su hermano Alfonso el Monje, que ahora es un monje arrepentido… de haber abdicado.


De la línea de Ramiro II tendremos a Ordoño III y Sancho I. Pero sus competidores al trono dedicaron, a su vez, parte de su tiempo a tener una familia y con ella descendientes. Uno de ellos es Ordoño IV el Malo. Pero… ¿de qué Alfonso es hijo?

Para unos, Ordoño “el Malo” era hijo de Alfonso Froilaz, el jorobado; para otros, lo fue de Alfonso el Monje. Y, hoy, diremos que estos últimos parecen tener razón. Sobre todo porque Lacarra desempolvó las Genealogías navarras de Roda, donde se dice que Ordoño Alfónsez era hijo de la princesa navarra Oneca. ¿Quién? Pues la difunta esposa de Alfonso IV, el que se va al convento. ¿Qué tenemos ahora? Que Ordoño el Malo y Sancho el gordo son primos. Sus madres son hermanas y pamplonicas. Y por ello, además, son sobrinos de Fernán González que está casado con una tercera hermana navarra.

Y las tres damas fueron hijas de doña Toda, aquella abuela de armas tomar. Llegado el caso, ustedes, ¿Por quién optarían? ¿Por el Malo o el Gordo? ¡Hombre! Puestos a elegir diría que el gordito tendrá arrebatos de bondad pero el otro igual era un psicópata peligroso. Pues, no. Le llamaban “el Malo” por su salud. Su mala salud. Le retratan cómo enfermizo, débil, cobardón y -según los moros- jorobado. El carácter hispano añadió otras flores al muchacho, sobre todo a posteriori, como mezquino, egoísta y torpe. Pero solo por dar color a la figura.

“El Malo” debió nacer hacia 925 o 926 y vivió en León. Su nombre aparece en ciertos diplomas regios de su tío Ramiro II y de Ordoño III, en un periodo que abarca desde 927 hasta 956. Lo que indica que formaba parte de la corte -tenía sangre azul- pero en un plano secundario. Suponemos que él no peleó por la corona: ni tenía guerreros, ni se los iban a dejar. Pero su pedigrí lo empuja bajo el foco tras la muerte de Ordoño III (956).

Seguramente por eso Fernán González, el conde de Castilla, le otorgar la mano de su hija Urraca, viuda de Ordoño III. Sangre real y continuar de suegro del rey. Pero otros también empujaron a Ordoño: la nobleza leonesa y la gallega que buscaban… ¿Qué buscaban estos manipuladores egoístas? (Los de entonces, no los políticos de 2017; aquellos “barones” territoriales y no los de hoy). Buscaban lo que Ordoño IV les dio: una absoluta nulidad. Porque los magnates necesitaban un rey manejable y débil, y Ordoño era perfecto.

Mapa del reino de León en el siglo X

Desgraciadamente, hacía falta ser un virtuoso, como Ramiro II u Ordoño III, para manejar a los grandes linajes del reino. De lo contrario se producía la exudación del poder desde el rey a los poderes territoriales. Y más cuando el rey (imaginémonos un presidente de gobierno) debía el poder a la voluntad de los nobles y no a la herencia (o una mayoría absoluta diríamos ahora). Ordoño IV el Malo estaba en manos de quienes le habían puesto en el trono. Muy pillado.

Es un rey hijo de rey. Como debe ser. Pero… su padre perdió la corona y, cuando intentó recuperarla, fue derrotado, apresado y cegado. No creció, por ello, en la corte de su padre sino en la de quién lo cegó. No era el heredero sino un segundón humillado. Un segundón al que Fortuna visita con un matrimonio de conveniencia y una conjura nobiliaria. De este cóctel sale un garrafón de resentimiento.



Pero un resentido no es un mejor político y, carente de experiencia de gobierno, inédito en el campo de batalla, desvinculado de los grandes del reino, ninguneado en el plano exterior -porque el Reino de Pamplona no podía profesarle otra cosa que hostilidad- y sin virtudes personales para compensar todas esas carencias, Ordoño el Malo es un “bluf”. Vamos, lo esperado. Por donde pasa deja una estela de descontento. Los señores territoriales le van abandonando tanto en Galicia como en Castilla.

Torre de Fernán González en Covarrubias.

¡Leches! A Ordoño lo habían entronizado para obedecer a los magnates, no para reinar. Y Ordoño IV quedará tan solo como antes lo estuvo Sancho el Gordo. Muchacho que, por cierto, estaba en Pamplona, llorándole a su abuela doña Toda. La anciana planeaba recolocar a su nieto favorito en el trono pero para ello debía envolver mejor el producto. Mejor dicho, desenvolver, desengrasar, el producto. So pena de reforzar al inepto de Ordoño.

¿Dónde buscar ayuda para que Sancho bajase muchas tallas? Pues en la civilizada y moderna Córdoba, el reino de su sobrino Abderramán, el califa. En la primavera de 958, doña Toda manda un mensaje a Abderramán pidiendo ayuda. ¡Genial! Los moros pueden meter cuchara –cucharón- en el lío leonés. Las carambolas del poder estaban poniendo en bandeja a Abderramán III una maniobra política en la que sólo podía ganar.

Ruinas de Medina Azahara

El califa aceptó la llamada de su tía. La misma tía a la que había vapuleado un año antes. En la primavera de 958 se pudo ver una curiosa procesión subiendo del moro al territorio navarro. Estaba formada por el judío Hasday ibn Isaac ibn Saphrut, médico políglota y diplomático que llegó como galeno (y negociador), para examinar a Sancho. Y dijo que, en lo físico, Sancho tenía curación… en Córdoba. Y en lo político, se cobrarían el grasiento asunto con una paz al más alto nivel… en Córdoba. ¡Menudo era Hasday! Un hombre que había encandilado a Juan de Gorza, embajador de Otón el Grande en Medina Azahara. Toda estaba totalmente encantada. El acuerdo contendría las firmas de Abderramán, Sancho, García Sánchez I y doña Toda y se rubricaría en Córdoba. ¿Cómo eran las condiciones? “Chantajosas”, si me permiten el neologismo: Los moros les prestarán hospedaje principesco, tratamiento médico y ayudarán a Sancho a recuperar el trono leonés con tropas; pero Abderramán pide el vasallaje de hecho de León ante Córdoba y, como prenda, diez fortalezas cristianas en el cauce del Duero.

La maniobra de doña Toda era una rendición ante el moro y una traición a la cristiandad peninsular. Será la mayor derrota política para España, Hispania, desde la batalla del Guadalete. ¡Caro tratamiento de adelgazamiento! ¿Pero solo había el amor gagá de la abuelita? Sí, bueno, no. También influían motivaciones políticas porque Sancho era, además, la baza navarra en León, es decir la cuña con la que Pamplona contaba para convertirse en el reino decisivo de la cristiandad.

Sancho I

Pero, ¿Tenía tanto poder Navarra como para ser el faro de la España cristiana? Pues sí. Había crecido en territorio, en influencia y en poder. La política matrimonial de doña Toda empapó de navarridad el mapa entero de España. Y la política militar de Sancho Garcés -el marido de Toda- había extendido el territorio pamplonés hacia La Rioja y hacia Aragón. De hecho, su corte está en Nájera.

El pequeño reino pirenaico que controlaba las montañas de Aragón y los valles de La Rioja extendería con Sancho I su influencia hasta las orillas del Atlántico, las sierras castellanas y los llanos de Portugal. ¿Se opondrían los leoneses? Claro. Pero al no haber enemigo exterior se podrán aplastar a los opositores interiores y gracias a la política matrimonial de Toda hay aliados poderosos dentro de León: Álava y, sobre todo, Castilla. Ésa era la gran jugada. Y no podía fallar. O sí.

Sancho, incapaz de moverse y mucho menos de montar a caballo viajó transportado en parihuelas (unos nada desdeñables 700 km). En la capital del califato, Sancho fue descendido por varios hombres y llevado con gran esfuerzo hasta el regio salón donde el califa les esperaba. Una victoria adicional del califa fue mostrar a dos reyes cristianos y una reina viuda atravesando córdoba para humillarse ante el poderoso Abderramán III. El hospedaje se materializó en Medina Azahara, la suntuosa residencia palaciega de Abderramán. Todos ganaban: Córdoba salvaguardaba su frente norte a buena distancia de las sierras del Sistema Central; Sancho ganaba el trono. Desgraciadamente, en la perspectiva de la Reconquista, el único vencedor era Abderramán.


Pero la rendición merecía la pena por salvar la salud de Sancho el Craso que tenía una notable fama de hombre dominado por la gula. Pero esa obesidad mórbida no es fruto únicamente del apetito. Pesaba más de doscientos kilos cuando llegó a Córdoba. Es un problema, evidentemente, patológico. No podía andar por los horribles dolores que sufrían sus rodillas y sus caderas; respiraba con muchísima dificultad por el sobreesfuerzo que debían soportar sus pulmones. O sea que Sancho no era sólo un glotón, sino un hombre enfermo que precisaba tratamiento. ¿De qué? No lo sabemos. Quizá hidropesía, una anormal acumulación y retención de líquidos en los tejidos del organismo. Pero la hidropesía no es tanto una enfermedad cuanto un síntoma: se produce a consecuencia de un mal funcionamiento de algún órgano, sean los pulmones, el corazón, los intestinos, etc. ¿Qué era lo que no funcionaba bien en el cuerpo de Sancho? Eso es lo que ignoramos.

Los médicos cordobeses no averiguaron el origen del mal, pero sí combatieron a conciencia los síntomas. ¿Cómo? Con una dieta hiperestricta, ejercicio progresivo y duros masajes que, vista con ojos de hoy, sólo puede calificarse como auténtica tortura. Parece ser que empezaron por coser la boca de Sancho. Para ingerir en la costura de los labios le dejaron una pequeña abertura por donde podría sorber las infusiones vegetales que los médicos preparaban. ¿Qué contenían? No sé sabe. Lo más probable es la que combinaba agua con sal, agua de azahar, menta, toronjil (o sea, melisa), y cocimientos de verduras, coles, diente de león, miel de enebro y arrope de saúco. El paciente tenía que ingerir el brebaje siete veces al día, durante cuarenta días consecutivos.

¿Y para qué semejante bebedizo? Para que se fuese por “la pata abajo”: diarreas continuas y vómitos sin fin (Claro que vomitar con la boca cosida…). Los médicos buscaban una acelerada pérdida de peso por Sancho. Literalmente, para haberle matado en cualquier momento. Pero lo aguantó. Incluso atado en la cama. Como con este remedio Sancho se “deshinchaba” sus carnes se volvían flácidas y le sobraba piel. ¿Solución? Duros masajes que devolvieran a la carne cierta tersura. Complementaron todo esto con baños diarios de vapor para incentivar la sudoración.

David de Jorge adelgazó 130 kg.

Por otro lado, ese corpachón debía moverse. Los médicos del califa, tras las primeras arrobas perdidas, ordenaron una sesión diaria de ejercicio. Vale, lógico, pero, ¿Cómo? ¿Cómo llevar a hacer ejercicio a un corpachón de doscientos kilos, debilitado además por una dieta salvaje? Empezaron obligándole a andar: ataban a Sancho con cuerdas y tiraba de él hasta que andaba. Y para evitar que el pobre Sancho se cayera, los galenos cordobeses le fabricaron un andador a medida dónde apoyarse. Al cabo de los cuarenta días, Sancho había perdido casi la mitad del peso que tenía cuando llegó a Córdoba que eran unos 240 kg. Por lo que pasó a unos honrosos 120 kg.

Sancho todavía no era delgado pero podía moverse. En sus últimos días de terapia caminaba cinco kilómetros diarios y ya había sido capaz de yacer con una mujer. ¡Por fin cumplía uno de los requisitos no escritos para ser rey! Sancho el Craso seguía siendo gordo, pero estaba curado.


Mientras, en Castilla Fernán González se enfrentaba a una acometida navarra al mando del príncipe don Sancho –el rey estaba invitado en Córdoba-. El poema de “Fernán González” dedica muchas estrofas a este episodio. La reacción castellana es penetrar en el reino vecino. A una jornada de la frontera se enzarzan en el valle de Valpirri que pasaría a llamarse Era Degollada. Es una llanura entre Cirueña y Nájera, en el camino de Berceo a Haro.

Decíamos que Craso estaba curado. Pero curado al precio de un reino. En la primavera de 959 un potente ejército sale de Córdoba y cruza La Mancha con destino al norte. La pena es que Toda no lo vio porque había muerto en el otoño del año anterior. En las filas armadas se mezclan huestes musulmanas, navarras y las de los Velas que buscaban recuperar su dominio sobre Álava. Lo encabeza un hombre que hasta hace poco no podía montar a caballo: Sancho.

Inscripción en la tumba de Toda

Parece que con su pérdida de peso también perdió la mala suerte porque Zamora le abre las puertas sin resistencia. El pobre Ordoño IV el Malo, el que se creyó lo de reinar, no tiene ningún apoyo. Después de Zamora, Sancho marcha a Galicia: tampoco allí hay resistencias. La nobleza noroccidental le proclama rey legítimo. Las cosas serán algo más difíciles en la ciudad de León, pero también allí, al final, el nieto de doña Toda es reconocido como rey. Sancho ha recuperado la corona.

Todos los esfuerzos de Fernán González han sido baldíos. Se desdobló atendiendo el frente oriental y el occidental. Por el Pisuerga invadió y saqueó las tierras del de Monzón y llegando hasta el Cea, puso un dique a la presión de los sanchistas y sus aliados los musulmanes y por el Ebro rechazó los ataques de los navarros.

Covarrubias.

Ordoño, tras los meses pasados en el trono, se preguntaría qué había hecho mal. Lo que sabe es que nadie le defiende. Como nadie defendió a Sancho antes. Fernán se defiende a sí mismo más que al rey. Nunca se vio en el reino cristiano del norte a monarcas menos respetados. Ordoño, derrotado, atemorizado, desorientado, escapa a Asturias cuya orografía le ayudaría –como a Pelayo- a resistir. Nadie le acompaña y los asturianos le expulsan. Ordoño marcha a Burgos. El testimonio de un monje que cerca de los márgenes del Pisuerga nos muestra que a mediados del 960 los castellanos eran Ordoñistas.

¿Por qué? ¡Claro! Ordoño IV estaba casado con Urraca, la hija de Fernán González, conde de Castilla, quien controlaba Burgos y Castilla. Y el rey destronado es negado. ¿Por el pueblo? ¿Por Fernán? ¿Sería capaz el héroe nacional de Castilla de negar ayuda a su yerno? Pues sí. Y además le dejan solo porque Urraca se queda en Burgos con sus dos hijos. ¿Por qué? Pues porque el suegro, lo más probable, es que buscase salvar su inversión: Tierras, hija -posiblemente casadera- y nietos que eran hijos de rey.

Fernán González necesitaba todos los ases posibles porque las tierras orientales del reino de León, Castilla, continuaban siendo atacadas por tropas navarras aliadas de Sancho I. El rey de Pamplona, García, temía evidentemente que su cuñado castellano aprovechara el caos para ir más lejos de donde debía. Así Pamplona se aseguraba que Fernán no movilizara tropas a favor de Ordoño (Algo que parecía innecesario) y que el conde de Castilla reconociera a Sancho como rey. Ya, pero Fernán tardó hasta dos años en reconocerle. La lucha contra los navarros no fue la única razón del desistimiento del castellano. Los vasallos del conde empezaban ya a dudar de la victoria final y estaban cansados de la lucha. Para 961 ya figura Sancho I como rey para los castellanos.

¿Emocionante? Continuamos la semana próxima.


Bibliografía:

“Historia de España” de Salvat.
“Moros y cristianos” José Javier Esparza.
“Historia del condado de Castilla” de Fray Justo Pérez de Úrbel.










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