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lunes, 19 de diciembre de 2016

La muerte en San Juan de la Hoz


Nuestro ciclo sobre San Juan de la Hoz, como todas las cosas en la vida, termina. Y lo terminaremos con su muerte, no la del edificio sino la física, la de las personas. La que duele.

Los ritos funerarios son un muestrario de los comportamientos sociales de un momento histórico determinado. Y de ahí su principal valor. Durante las excavaciones en San Juan de la Hoz se localizaron numerosos osarios que procederían del levantamiento de los enterramientos que estuvieron bajo la iglesia románica y que tuvieron que moverse por el derrumbe del siglo XVIII.

Iglesia de San JUan de la Hoz
Cortesía Tierras de Burgos

Tenemos así:

Osario del Noroeste: fuera de la iglesia, construido con pobres muros de mampostería adosados al exterior del templo que afeaba el templo.

Osario del presbiterio: En el lateral sur, a 38 cm de distancia del banco románico, se halló una fosa con cabecera enmarcada por dos piedras talladas y tres baldosas rojas y completada con mampuesto. Tuvo que ser la tumba de algún personaje pero se halló vacía.

Pero sí se contabilizaron restos óseos de adultos revueltos, unos 23 individuos. Y un poco alejado un esqueleto adulto pero en una tumba destruida o quemada. Estaba en decúbito supino con la cabeza al oeste. Le faltaban los brazos y la pierna izquierda.

Parece que el presbiterio era la zona de enterramiento de los frailes del lugar.


Osario del crucero y la nave: En este se encontraron monedas de diferentes épocas entre los restos humanos. Dado que los huesos de las manos estaban manchados de cardenillo se dedujo que se produjeron por la tradición del óbolo del difunto.

Se recuperaron, a su vez, rosarios del siglo XVIII, medallas y cruces de madera tallada, cuentas de azabache, cristal, clavos, cerámica, aretes y fragmentos de madera que empujan hacia la idea del empleo de ataúdes. Estos restos vieron alterado su “eterno descanso” por las obras de reforma del siglo dieciocho. Por ello, pocos restos óseos se pudieron recoger para el estudio correspondiente. Así, los cráneos (125-130) fueron enterrados en una fosa común en el claustro y el resto se empleó como material de relleno de la zona estudiada.

Osario del claustro: A casi un metro y medio de la cata se encontró un cráneo cubierto por una teja de buena factura, una moneda del rey Alfonso V (999-1028) y restos de cerámica. Además, cuatro esqueletos –uno con el cráneo bajo una teja y los otros con monedas de Sancho IV (1284-1295) y Enrique IV (1454-1474) y Felipe II- antes del nivel prerrománico. Una vez llegado a ese nivel, nada.

Desplazados a un metro de distancia del muro sur, en dicho lateral norte, se encontraron resto de una posible fosa y varios esqueletos incompletos. La prospección encontró tras estos un muro de 70 centímetros de ancho y 80 centímetros de altura de buena mampostería sobre el que va el grijo del claustro.


Tras el murete se encontró la losa de una sepultura que protegía una tumba de cabecera redondeada. Dentro: un esqueleto encorvado (fue metido a presión porque no cabía en una muestra de humor negro o –seriamente visto- de situación chusca). El padre Argáiz deja escrito que en el claustro se encontraba una piedra con el nombre del abad Nicolás.

Y, por supuesto, tenemos la conocida necrópolis altomedieval del monasterio que correspondió a los enterramientos del monasterio dúplice, más allá del arroyo Somorroyo que bordea el centro religioso. En las sucesivas campañas se encontraron 84 enterramientos y la ausencia de tumbas más allá de lo acotado. Pero un total de 67 individuos. A saber: 37 hombres, 27 mujeres, 5 niños y 3 indeterminados.

La conservación de las tumbas está condicionada por el tipo de roca sobre la que se excavó: Roca caliza al sur (7 metros) con entalladura de las tumbas más perfecta y mejor la conservación; unos 5 metros centrales con roca poco compacta y tumbas peor conservadas; y el lateral norte (unos 4 metros) que es un espacio con roca muy somera y donde los enterramientos son de deposición.

Todas las tumbas presentan un aspecto rudimentario tanto por la roca como por la hechura tosca, mediante puntero y hacha, que comenzaba labrando los pies y, dada la pendiente, picaban hacia la cabeza buscando simultáneamente el plano horizontal.

Cuando visiten esta necrópolis verán tumbas de tipo bañera, de inicio antropomorfo, biformes, antropomorfas y de deposición con un tamaño tirando a grande (más de 1`50 metros). Las de menos tamaño la encuadraríamos en tumbas de niños o de adolescentes por lo cual es lógica la preponderancia de los tamaños grandes: es un monasterio. Y, no se crean, de jóvenes hay una cuarta parte de las tumbas. ¿Causa? Pensemos en las personas ofrecidas como postulantes o novicios a la espera de su ingreso en la vida monacal. Y si se preguntan por las tumbas infantiles podemos suponerlas fruto del enterramiento de los niños de los trabajadores del lugar. O no.


Para saber la antigüedad de las tumbas solo hay que fijarse en ellas. ¡Salta a la vista la época! Bueno, si sabemos mirar. Unas pistas:

- Si son sepulturas de bañera serán del siglo VIII al IX (excepto las infantiles que llegan al XI).
- Si son Biformes van del IX al X
- ¿Antropomorfas? Siglos X a XI.
- Las de deposición son del periodo final de la necrópolis porque no tienen forma y porque están situadas en donde la roca falla.

Desde la construcción de la iglesia románica (Siglo XII) la necrópolis se abandona.


Si nos fijamos en la forma de las cabeceras y del encaje de la cabeza también es un elemento para determinar la edad. Así, la forma redondeada es la más antigua lo que sumado a la desigualdad en la hechura de los hombros, los pies estrechos, la falta de encaje de las losas… nos sitúan en la línea de los siglos VIII hasta el XI. Y el encaje del occipital de la cabeza se abandona hacia el siglo XI. De hecho, solo 30 de 84 tienen oquedad occipital y, estas, abundan en el lateral sur que es una zona de roca de mejor clase y las más antiguas.

Otro aspecto a analizar es la orientación de las tumbas. En el medievo la norma era una orientación de oeste (cabeza) a este (pies) y la mayor parte de estas tumbas lo cumplen. Los incumplimientos, generalmente entre las biformes, son causados por la calidad de la roca más que por saltarse la dinámica general. ¿Qué les llevaba a estas gentes del medievo a orientar así las tumbas? Podría ser una pervivencia de los cultos solares donde la puesta de sol señalaría la región de los muertos. Si a esto le sumamos que las losas que las cubrían tenían orificios para libaciones y la disposición de monedas en las manos de los cadáveres, pues, tendríamos la clara supervivencia de cultos paganos cubiertos por el barniz del cristianismo. Claro que podría no ser eso sino buscar orientar las cabezas mirando hacia Jerusalén, la luz de la verdadera vida.


Curiosamente el estudio de la orientación de las tumbas puede descubrir la estación en que fueron necesitadas. En San Juan de la Hoz la mayoría de los enterramientos se producen en dos periodos punta: de marzo a mayo y de agosto a noviembre. ¿Seguro? O, al menos, nos dice que las tumbas se labraban evitando los meses de mayor frío y de mayor calor.

Si se acercan a verlas tengan en cuenta el deterioro que han sufrido causado por su antigüedad, la calidad de la roca, los estragos de la vegetación, el expolio de las lajas de cobertura y la fragilidad de la roca. No aumenten la degradación, por favor.


Y ya que han salido las losas de cobertura un par de veces debemos hablar de ellas.

Se han hallado pocas porque, como en otros lugares, se reutilizaron. Se supone, al carecer de encajes, que estarían posadas sobre la tumba y calzadas con piedras menores. Alguna losa procedía de la reconversión de una rueda de molino y en otras se encontraron orificios que se han asociado a ofrendas paganas. Con ello podríamos asumir su supervivencia en zonas rurales y montañosas.


Bibliografía:

“El conjunto arqueológico del monasterio de San Juan de la Hoz de Cillaperlata (Burgos)” por Josefina Andrio González, Ester Loyola Perea, Julio Martínez Florez y Javier Moreda Blanco.

Para saber más:





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