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lunes, 2 de junio de 2014

Escarbando en busca de Dios (IV): Cueva de San Pedro de Tartalés de Cilla.

Nos situaremos hoy en el periodo de las aceifas (del 800 al 900 aprox.) cuando protegidos por la presencia del estado asturiano y sus mesnadas la sociedad de Castilla Vieja continuó con su expansión demográfica y económica, explotando las tierras más fértiles y más fáciles de trabajar con los rudimentarios aperos de la época. Surgen nuevos núcleos aldeanos. Poco a poco la presión sobre el espacio fue aumentando hasta que los recursos disponibles resultaron insuficientes para una mayor población. Entonces, las sociedades del área de Las Merindades comprendieron que la única manera de continuar con su desarrollo material era la emigración hacia las extensas y fértiles tierras situadas por debajo del curso del Ebro.

Y durante estas turbulencias político-económicas, el eremitismo seguía atrayendo personas en todas sus modalidades (individual, semicomunitario o lauras y perialdeano o ermitaños) que buscaban una respuesta vital. Pero junto a éstas formas ya asentadas, apareció el monacato, como otra alternativa "religiosa" de supervivencia.

Monjes.

El monacato también contemplaba numerosas formas que iban desde los monasterios integrados por eremitas asociados entre sí por medio de un pacto voluntario, hasta los monasterios formados por los miembros de un linaje ganadero de mediana entidad que aún no había iniciado su reconversión a la agricultura y que, precisamente, van a utilizar el monacato para sedentarizarse en las tierras marginales no ocupadas. Este es el caso del abad Vitulo y de su hermano, el presbítero Ervigio, que, en torno al año 800, fundan los monasterios de San Emeterio y San Celedonio, en Taranco (Mena), de Esteban, en Burceña (Mena),y de San Martín, en Area Patriniani en Castilla Vieja. ¡Y todos en Las Merindades!

Además de la roturación de terrenos no cultivados, los monasterios interferirán en la vida de las poblaciones en que se asentaron, a través del control sobre los clérigos y los centros de culto que estos regían.

Gracias a los ataques musulmanes los monasterios acaparaban tierras e iglesias abandonadas por la población residente en los momentos de peligro. Así, comenzaron a crearse un patrimonio que ellos mismos se encargaban de "legalizar" con documentos. El control eclesiástico y religioso de las poblaciones se realizaba a través del tutelaje sobre las iglesias y los clérigos de los poblados, y también mediante la captación de eremitas solitarios y la reconducción de las lauras eremíticas hacia la vida monástica. Eliminaban a la competencia económica e ideológica para sí y para el poder real.

A. partir del año 850, la sociedad de Las Merindades avanza hacia la Bureba y el centrosur de la provincia de Burgos. Lo organizará Rodrigo, primer conde de Castilla, preocupado por desactivar el creciente desequilibrio entre los recursos disponibles y la población existente. El delegado de los reyes astures aparece capitaneando a jefes militares que, hasta ese momento, habían dirigido la resistencia frente al islam con una mínima intervención del poder astur.

La táctica cristiana consistió en taponar mediante fortalezas el paso de los ejércitos musulmanes hacia el norte, algunas construidas por ellos (Amaya, Castrojeriz, Ubierna y Burgos) y otras arrebatadas a los islamitas (Pancorbo, Cerezo e Ibrillos). Y lo consiguieron sin que les frenasen las aceifas. Y se desparramaron por las ricas tierras situadas al sur del Ebro continuando así con su expansión agraria y demográfica fuera de su reducido espacio de procedencia.

Mientras, el monacato continuó afianzando su capacidad como modelo socio-religioso y su preeminencia en el organigrama eclesiástico. Incluso tuvo tiempo para crear nuevas fórmulas monásticas como el monacato familiar o dúplice, conseguir la adhesión voluntaria o forzada de numerosos eremitas -como los treinta y tres que se acogieron al monasterio de San Pedro de Tejada (Valle de Valdivielso) en el año 855 y disfrutar de la admiración y confianza popular que generaba donaciones piadosas hacia estas comunidades religiosas. En Las Merindades sirvieron de apoyo a la sede episcopal que en esta segunda mitad del siglo IX se constituye en Valpuesta.

Con ello, a medida que el monacato se asentaba, el eremitismo se debilitaba causado, seguramente, por su carácter anárquico, contrario a toda norma o jerarquía eclesiástica.

A principios del siglo X, finalizada la "Reconquista" en esta tierra, la sociedad cristiana perfilará un verdadero sistema organizativo a nivel territorial, político-institucional, socioeconómico y religioso; en su seno, apenas tenían cabida ya ni la espontaneidad ni la libertad de movimientos sobre los que se había asentado el mundo eremítico rupestre. Este se agotará durante esta décima centuria y se reducirá hasta la insignificancia, al menos en la comarca de Las Merindades.

Plano de San Pedro de Tartalés de Cilla

Cueva de San Pedro o cueva de "los moros" en Tartalés de Cilla.

Lo encontramos saliendo del pueblo de Tartalés, en la ladera del monte, protegida por un pinar y al final de una senda. La "cueva" corresponde a una iglesia rupestre excavada en un banco de arenisca desde donde obtenemos una inmejorable vista del valle entorno a Tartalés.

Los complejos rupestres mejor conservados de las Merindades son del tipo de Eremitismo Marginal pero dada su peculiar idiosincrasia, el fenómeno entró en abierta regresión cuando desapareció el inconveniente que impedía el avance de los castellanos hacia las campiñas del Arlanzón, del Arlanza y del Esgueva en el año 923, El acceso a las extensas y fértiles llanadas cerealícolas alivió la sobreocupación del centro-norte peninsular y desactivó en tiempo record el movimiento eremítico. 

 La entrada del templo debió estar en el hoy desaparecido lado sur. Dentro, se descubre la estructura de la iglesia, integrada por una única nave y dos ábsides contrapuestos. Es de planta rectangular, con una longitud total de 9 m y un cuerpo central de 3 m. de ancho por 5 de largo y está cubierta con bóveda de medio cañón apuntado (a dos aguas o a doble vertiente), que descansa sobre una línea de imposta (moldura que sirve de unión entre los muros y la cubierta). En el muro Norte, situado frente a la entrada, además de la imposta, se advierten mechinales y cruces grabadas, algunas antiguas, que asoman entre los grafitis y pintadas actuales.

El muro Sur, en su parte interior, conserva también línea de imposta y, además, ranuras y mechinales. A la derecha de la nave, se encuentra la cabecera del templo, algo elevada sobre el nivel del pavimento de la nave y orientada al Este. El arco triunfal o toral de entrada a este espacio, aparece en la actualidad muy deformado y presenta muescas y ranuras que quizás respondan a algún tipo de cerramiento. En el lado izquierdo aparece una especie de pequeña hornacina cuadrangular, y en el derecho, se observan, labrados en la pared, numerosos símbolos y cruces de sabor antiguo.

Eremitorio de San Pedro


Al interior, la cabecera presenta planta de herradura y por lo que queda de cubierta, parece que esta fue de bóveda de horno. En las paredes, muy pulimentadas, se observan pequeños mechinales que. al igual que los que se aprecian en el exterior, pueden responder a posteriores reutilizaciones de este espacio. El altar debió ser de bloque, e iría encajado en el pavimento, ocupando el centro del ábside.

En el extremo opuesto. en la pared Oeste, se abre el contraábside, a modo de pequeño nicho colgado con ingreso en arco de medio punto peraltado, y con ranuras y muescas a ambos lados que sirvieron para encajar su cerramiento. Su planta es también de herradura y está cubierto con bóveda de horno. Sus pequeñas dimensiones hacen que resulte un espacio estrecho y claustrofóbico.

Fuera de la iglesia, a la izquierda de la entrada y en el mismo roquedo, aparecen excavadas en la roca dos tumbas de bañera, de tamaño adulto, sin losa de cubierta. Fueron excavadas hacia 1923 por el P. Ibero, quien no hizo ningún tipo de precisión acerca de los restos óseos ue encontró en una de ellas.

Morfológicamente, la iglesia presenta dos elementos curiosos: el contraábside y los grabados que aparecen en la entrada del ábside principal. Los grabados presentan semejanzas con los existentes en algunas iglesias rupestres del Norte de Palencia, Condado de Treviño y La Rioja, que han sido encuadradas cronológicamente dentro de la época visigoda.

La presencia del contraábside, corrobora el origen visigodo de esta iglesia, ya que se trata de un elemento muy antiguo, importado de las iglesias paleocristianas norteafricanas de los siglos III-IV d. C., por el arte hispanovisigodo de los siglos V-VI d.C. donde desempeña funciones de carácter litúrgico y/o funerario.

La diferencia de altura del pavimento que marca una diferenciación espacial, el uso de la imposta corrida, la presencia de la bóveda de cañón apuntada con las dos tumbas de bañera excavadas nos llevan a las formas y elementos propias del arte de la repoblación. Quizá como aplicación de estilos artísticos precedentes o como préstamos coetáneos. Con ello situaríamos la iglesia entre la época visigoda y los primeros siglos de la Alta Edad Media (siglos VI-IX).

Eremitorio de San Pedro (interior)
El mal estado de conservación actual se debe tanto a la erosión natural de la roca (provocando derrumbes) como a los posteriores usos dado al recinto que mediante hogueras y pintadas en las paredes del templo han acelerado su deterioro.

Bibliografía:


"Eremitorios rupestres en la comarca de Las Merindades (Burgos)" Judith Trueba Longo.

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