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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Escarbando en busca de Dios (II): Cueva de los Portugueses.

En la primera entrada de esta serie comentamos las diferentes corrientes que estudiaban el eremitismo y dejamos caer que las razones para vivir en cuevas no tenían que ser siempre relacionadas con Dios. En la presente hablaremos del origen del eremitismo rupestre en nuestra comarca, Las Merindades.

Debemos remontarnos a la incorporación de nuestra tierra al estado visigodo en los años finales del siglo VI de nuestra era. En el año 574 el rey Leovigildo culminó la conquista de Cantabria (Norte de la provincia de Palencia, el sur de la actual Cantabria, el tercio septentrional de la provincia de Burgos y la frontera riojano- alavesa).

Sabemos que esta zona estaba romanizada pero solo superficialmente lo que permitió que las arcaicas organizaciones socio-económicas de la zona, basada en el parentesco amplio y en una economía de móvil que impedía su sedentarización, sobreviviesen. También mantuvieron sus prácticas religiosas paganas orientadas al culto a la naturaleza. Esta situación atrajo a los eremitas de corte religioso que deciden evangelizar y difundir entre los norteños el mensaje cristiano antes, durante y después de su sometimiento al estado visigodo.

¿Antes de ser tierra Visigoda? Si. San Millán de la Cogolla en Cantabria o los jarritos litúrgicos de época visigoda hallados en las cuevas naturales de Suano (Reinosa, sur de Cantabria) y Mave (norte de Palencia) confirman la presencia de anacoretas en estos territorios con anterioridad al año 574. Claro que no eran enviados del “nuevo reino” precisamente sino que, aparentemente, son un movimiento religioso alternativo (léase de oposición), que emerge como rechazo a la alianza entre la iglesia católica y los nuevos poderes, los visigodos arrianos, en las áreas más romanizadas de Hispania.

El colaboracionismo de la cúspide católica hispana con el estado visigodo arriano les lleva a creerse los depositarios del mensaje evangélico y a adquirir, voluntariamente, el compromiso de divulgarlo por los territorios ibéricos que aún permanecían paganos. Así, en su nueva condición de apóstoles, los eremitas peregrinan hacia las tierras del norte peninsular, en donde tratarán de difundir el cristianismo entre gentes que destacaban por un elevado arcaísmo socioeconómico y religioso (Así describe San Millán a los cántabros)

O sea, los eremitas se enfrentaban a personas primitivas y sociedades arcaicas y, para romper la cáscara, adoptaron varias estrategias:
  • Meterles en miedo en el cuerpo: Lanzaban mensajes apocalípticos e intimidatorios que recriminaban sus prácticas sociales, concebidas por estos eremitas como pecaminosas. En sus increpaciones, los monjes solitarios les anunciaban los desastres que tendrían por ostentar ese género de vida, y les conjuraban para que hicieran penitencia y abandonaran sus costumbres. Si seguían estos consejos, los eremitas les prometían la benevolencia y el perdón del dios cristiano, creador de todos los elementos naturales a los que estas poblaciones rendían culto.
  • Usar poderes taumatúrgicos o, más llanamente, hacer milagros. (o por lo menos hacerles creer que ellos hacían milagros como Cristo). Lo procuraban aprovechando la creencia en la magia y en los malos espíritus por parte de los norteños. Un clásico: curaban enfermedades y exorcizaban a los endemoniados o embrujados. De esta forma, los eremitas comienzan a ganarse el respeto de estas poblaciones a las que tratan de inculcar una religión en la que los milagros de curación o de castigo para redimir los pecados ocupan el primer lugar.
  • Cristianizando sus santuarios. Muchos de estos enclaves paganos estaban en el interior de cuevas naturales que inmediatamente fueron cristianizadas por los eremitas, dando lugar con ello al comienzo del eremitismo rupestre propiamente dicho. Ahora, en estos paganos lugares se celebraba la liturgia cristiana, ayudados en ocasiones con jarritos y patenas, como certifican los hallazgos en los territorios de la Cantabria visigoda.
  • Vigilar y acoplarse a los nativos: La localización en altura de estos enclaves sagrados ahora cristianizados, facilitaba la labor de control que los eremitas llevaban a cabo sobre las colectividades humanas trashumantes a causa de su economía, basada en la ganadería extensiva de cierto radio. No solo eso sino que, para evangelizar, se adaptaron a este nomadeo constante al tiempo que se convertía en la mejor forma de imitar a los apóstoles y al propio Jesucristo. Dejan de ser “anacoretas” para volverse “giróvagos” o nómadas, sin contar con residencia estable.
  • Una alimentación especial: La conocida frase “de la necesidad virtud” seguía siendo útil y, junto a mensajes apocalípticos, los "milagros", la apropiación de lugares de culto y la predicación itinerante, aparece el influjo de la naturaleza ya que las condiciones medioambientales de Las Merindades, su carácter montañoso, y la fuerza de la economía, ganadera e itinerante, descartaban (minusvaloraban) la agricultura. ¿Solución? Basar la dieta en raíces, hierbas y agua. Así, la frugalidad alimentaria fue el mejor medio para sobrevivir en un contexto tan hostil y estandarte de virtud al “imitar” la pobreza de Cristo y de los primeros cristianos.

Todos hemos oído historias de anacoretas que no comían en años, de los ayunos, la abstinencia (forzada) de determinados alimentos, las vigilias, y otras privaciones voluntarias como la vida solitaria o la renuncia a los bienes materiales (que no podían obtener) y que también fueron sacralizadas y convertidas en virtud por los eremitas.

Lo dicho, la religiosidad y la rigidez disciplinaria a la que se sometieron, fueron las mejores armas de estos ermitaños para hacer frente a la dureza medioambiental y para alcanzar la perfección espiritual que tanto anhelaban. Además, las proezas ascéticas y la austeridad sobrehumana en la que vivían, acrecentaban la atracción que ejercían sobre los lugareños, favoreciendo su evangelización.

Una vez añadidos estos territorios, Cantabria, al reino visigodo hubo importantes modificaciones para las población local. Los visigodos transformaron la tradición ganadera de los nuevos súbditos mediante el control de sus movimientos y la potenciación de la agricultura. La sociedad evolucionó hacia una economía agropastoril, caracterizada por la asociación entre agricultura y ganadería. Esto derivó en una sedentarización de la población que concentró sus movimientos sobre un espacio más limitado y específico que antes.

Religiosamente la cristianización de los norteños, objetivo del reino visigodo sobre todo a partir del año 589, fecha en la que el sucesor de Leovigildo en el trono, Recaredo, abandonó el arrianismo para convertirse al catolicismo de manera oficial en el III Concilio de Toledo.


Croquis de la Cueva de los Portugueses

Iglesia y poder público fueron enseguida conscientes de que la evangelización de los nuevos territorios entrañaba gran complejidad por su arcaísmo y a su escaso desarrollo urbano. Esto llevó a apoyarse en el eremitismo, vía marginal y peligrosa por su carácter anárquico, pero adecuada en un contexto montaraz y atrasado.

La conversión del estado visigodo al catolicismo, hizo que los eremitas cambiasen de actitud con respecto al mismo y se pusieran a su servicio en la empresa de evangelización de los norteños. Así pues, en estos últimos años del siglo VI el eremitismo experimenta un fuerte tirón, nutriéndose de nuevos contingentes dispuestos a cristianizar a unas poblaciones más estables y receptivas que en el pasado inmediato, y circunscritas a territorios más acotados.

Muestra de ello es la aparición de las primeras iglesias rupestres de origen eremítico. En Las Merindades podría ser que la iglesia rupestre de San Pedro de Tartalés de Cilla (Trespaderne) sea de esta etapa y que su existencia esté relacionada con San Fermín de Tartalés de Cilla que, según la leyenda, vivió en estos parajes, en donde llevó a cabo su labor evangelizadora.

Para reforzar esta acción de los eremitas la iglesia y el estado visigodo católico erigieron una sede episcopal en Oca el año 589 y la consagración de la basílica de Santa María de Mijangos (merindad de Cuesta Urría, Las Merindades) en el año 601.

La transformación de los norteños continuará durante el siglo VII gracias a la constitución del ducado de Cantabria para mejorar el control y la administración del territorio recién sometido, afianzar la cristianización a través de la fundación de una nueva sede episcopal en Amaya (zona de La Lora, Burgos), capital del nuevo ducado, y ahondar en el proceso de agrarización de los locales. El siglo VII verá como se abandona la primitiva agricultura de rozas por un cultivo de la tierra más estable que les asentó definitivamente en sitios concretos (alturas con amplia visibilidad y con defensas naturales) que denominaremos con el antiguo término de Castros y donde veremos la separación entre el espacio agrícola y el ganadero. Y la separación entre agricultores y ganaderos.

En el aspecto religioso, la estabilidad alcanzada por los “salvajes” del norte favoreció la llegada de nuevos eremitas (¿a menos riesgo más vocaciones?) dispuestos a convertir a los sedentarios en cristianos, incrementándose así el número de iglesias rupestres.

Por otra parte, la popularidad alcanzada por algunos eremitas a causa de su fuerza espiritual y su entrega a la evangelización, atrajo a numerosos seguidores que se asentaron en las inmediaciones de la celda de quienes pretendían imitar, dando lugar a asentamientos de tipo “Laura” como las "Cuevas de los Portugueses"

El ya comentado eremita Fermín fue referente religioso y existencial para toda una corriente de ascetas que accedieron a este territorio durante el siglo VII y principios del siglo VIII y que se fueron instalando en Las Merindades, de forma agrupada, a través de celdas independientes excavadas por ellos mismos y situadas próximas unas de otras, formando una especie de "colonia eremítica" aglutinada por la iglesia rupestre de Tartalés de Cilla, construida a finales del siglo VI y vinculada a Fermín.

Pasamos del eremita solitario (siglo VI) a la asociación de eremitas que, aunque viven en celdas individuales y gozan de su independencia, mantienen unos lazos de convivencia y de relación, basados en la vecindad, los mismos ideales religiosos y en una más sencilla supervivencia. Las lauras eremíticas son una forma de vida menos dura que la anterior formula ya que la solidaridad y la asistencia mutua garantizaban la supervivencia individual y, espiritualmente, potenciaban la perfección doctrinal, minimizando desviaciones doctrinales.

Las semejanzas entre el modelo de vida que representaban las lauras y el modelo adoptado en esta etapa por el pueblo llano, facilitaron el acercamiento entre ambos grupos y la progresión del cristianismo que se materializó en la aparición de ofrendas y limosnas que los eremitas recibieron.

Interior cueva de los Portugueses.

Finalmente, las autoridades civiles y eclesiásticas encontraron en estas lauras, de carácter asociativo, la mejor forma de control sobre el eremitismo y, por ello, trataron de diluir su componente individualista mediante la promoción de la vida en comunidad. Dicha operación era llevada a cabo en los concilios, en los escritos de las grandes figuras eclesiásticas del momento, como San Isidoro de Sevilla, y en la fundación de monasterios, como el de San Juan de la Hoz de Cillaperlata (Cillaperlata, Las Merindades), de finales del siglo VII o principio del VIII.


Cueva de los Portugueses.

Estas cuevas artificiales están excavadas en la roca arenisca típica de la sierra de la Tesla, alineadas a ambos lados del arroyo de las Torcas en su confluencia con el río Ebro. Se las conoce como "Cuevas de los Portugueses" por la reocupación que sufrieron a principios del siglo XX por inmigrantes lusos que llegaron para trabajar en las obras del canal hidroeléctrico de Trespaderne. La reocupación modificó y alteró seriamente su estructura original. Ahora vemos espacios tabicados y una intercomunicación entre muchas de las celdas que solo tienen unos cien años. Cuando se visitan hay que tener en cuenta que, originariamente, no se comunicaban de esta forma.

Este conjunto de cuevas se halla en una pequeña vaguada formada por el arroyo de Las Toreas, en cuyas márgenes afloran cantiles de arenisca y caliza entremezcladas. En la actualidad el acceso a las cavidades se realiza fácilmente. Además de agua, el lugar cuenta con espacio para cultivos en las proximidades.

Inicialmente fueron habitáculos independientes con planta de tendencia rectangular, paredes rectas y cubierta plana y con un único vano que funcionaba como puerta. Las paredes conservan huellas del instrumental que las talló: pico, piqueta y azuela, aunque esta última parece más reciente. Al momento de su construcción pertenecen algunos de los bancos corridos, hornacinas y mechinales, que dotaron a algunos habitáculos de una mínima habitabilidad.


Exterior de la Cueva de los Portugueses

Desde el punto de vista tipológico, es un hábitat eremítico, constituido por pequeñas celdas individuales cuya agrupación forma un conjunto que podemos denominar "laura". Y es una laura numerosa, catorce celdas, una cámara de uso comunitario o iglesia del conjunto y alguna construcción ligera, hoy desaparecida, adosada a la pared de roca, que quizás funcionaría como almacén.

El ideal eremítico de soledad individual e independencia plena que presenta cada una de las celdas, se combina con el asociacionismo, materializado en la agrupación que presentan los habitáculos y en el uso compartido del espacio de carácter comunitario, dando lugar así, a un asentamiento que podemos calificar como protomonástico o protocenobítico, puesto que frente a la independencia que representa cada celda, sobresale el deseo de asociación, de contacto, reflejado en la proximidad que presentan entre sí las celdas y en la existencia del espacio de uso común.

Recordemos los cambios de finales del siglo VI d. c. con un Estado Visigodo que abandona el credo arriano y se convierte al catolicismo, iniciando una campaña de evangelización en el norte. A esta época puede corresponder la figura de Fermín, eremita que, al parecer, evangelizó en los alrededores de Tartalés. La vida austera y sacrificada de este eremita, atrajo a toda una corriente de seguidores que, en el transcurso del siglo VII, se fueron instalando en pequeñas celdas, próximas unas de otras, constituyendo una agrupación que hemos denominado laura.

La reocupación o reocupaciones posteriores han transformado su estructura para adecuadas a los nuevos usos. Destacamos en ese sentido la de los obreros de Portugal que dan nombre a las cuevas. Actualmente están acondicionadas para las visitas y para su conservación. De hecho resultan de fácil acceso al estar justo en el cruce a Tartalés de Cilla.


Bibliografía: Eremitorios rupestres en la comarca de Las Merindades (Judith Trueba Longo)

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