Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


miércoles, 21 de agosto de 2013

(24/11/1822) Villarcayo: Expolio y fuga, o de cómo un Diputado Foral de Vizcaya saqueó la Villa Constitucional.

Villarcayo no solo sufrió durante las Carlistadas sino también durante el Trienio Liberal pero en este caso no ardió. O, al menos, no de forma generalizada.

De esta época la mayor parte de la gente conoce la anotación, minúscula, de la sublevación de Riego (y su Himno). Les aviso que, si no desean recorrer los próximos párrafos, lean las aventuras de Salvador Monsalud, protagonista de una serie de “Los Episodios Nacionales” de Benito Pérez Galdós. Queda dicho.

Debemos saber que el Trienio Liberal nace el 7 de marzo de 1820 tras la promesa de Fernando VII de jurar la Constitución y el juramento efectivo el 9 de Marzo. Las Cortes se reunirían el 9 de julio. La pieza clave fue la Junta provisional cuya misión consistió en asegurar el éxito de la sublevación liberal iniciada el 1 de enero en Cabezas de San Juan.

La Junta Provisional, auspiciada por el Rey, bajo la fórmula de Órgano consultivo, ejerció amplísimos poderes y gobernó el país en la sombra, ya que sus dictámenes, acordados generalmente por unanimidad, nunca tuvieron carácter público. Las decisiones importantes necesitaron su aprobación al aunar las facultades de una Regencia Provisional, de la Diputación permanente de las Cortes y del Consejo de Estado. En ella se depositó la soberanía nacional, hasta traspasarla a las nuevas Cortes.

Legalizada la revolución con la sanción real que reconoció la obra de las Cortes de Cádiz, la transición se inició con la promulgación, por orden cronológico, de los decretos de carácter político, económico y social. Con ello se volvió al sistema jurídico interrumpido en 1814 sin discusión ni enmienda de los textos, pero con las limitaciones que imponían los seis años transcurridos. En la práctica el retorno como si nada hubiera pasado fue imposible, ya que habían ocurrido hechos muy graves como la destrucción de la obra gaditana, la persecución de sus más eminentes promotores o la represión de las nuevas tentativas y sobre todo la división del país en dos partes irreconciliables.

Fernando VII y su Camarilla

Irónicamente, este retorno al pasado se olvidó de tener un gobierno ajustado a su propia legalidad constitucional y así, como no se fiaban del rey felón, el Gobierno no lo eligió el rey. La elección de primerísimas figuras de las Cortes de Cádiz, como Agustín Argüelles, enconó el mutuo recelo y resentimiento entre liberales y corona, por lo que fue el primer error del Trienio Liberal.

El Nuevo Régimen tenía en la cúspide al enemigo y en la base graves movimientos telúricos: Las Juntas Provinciales, las Sociedades Patrióticas y el Ejército sublevado. Estos mimbres dieron lugar a la espiral que llevaría al poder a la fracción exaltada. Y si fuera poco, los propios moderados ayudaron con su indefinición.



Las medidas para contener a los realistas y uniformar al país bajo el credo liberal tampoco evitaron el comienzo de una sorda pero evidente oposición. La exigencia generalizada de juramento a la Constitución, enseñanza de la Ley fundamental desde el púlpito y la escuela o la separación de empleados de sus puestos por razones políticas incentivaron los radicalismos.

Los curas, como en 1808, se oponían por la perdida de poder que suponía el Nuevo Régimen, bien directamente o de rebote, por la reducción del margen Real. (Supresión del Tribunal de la Inquisición y la promulgación de la ley de Libertad de Imprenta y disminuir el clero regular en número y poder económico).

Junto a los problemas expuestos, más la tensión frente a las testas coronadas europeas, tenemos la crisis económica, ya fuese endógena, exógena o heredada.

Si no fuesen pocos problemas los Liberales se dividieron en dos bloques, los doceañistas, por haber participado en las Cortes de Cádiz, y los veinteañistas, para estos la revolución no había llegado a su fin.

Un problema que parecía ir desapareciendo era el de las Sociedades Patrióticas para ser sustituido por las Sociedades Secretas. La división de los moderados y exaltados tuvo su reflejo en la masonería con la escisión de los más radicales que formaron la sociedad secreta de los comuneros e hijos y vengadores de Padilla: la Comunería debía ser considerada como un movimiento en defensa de la Constitución con claro matiz nacionalista donde el supremo jerarca se llamaba el Gran Castellano y ejercía su poder sobre comunidades, merindades, castillos, fortalezas y torres.

Las Cortes continuaron las reformas inconclusas en la etapa gaditana, destacando la legislación socio-religiosa con la supresión de las vinculaciones, la prohibición a la Iglesia de adquirir bienes inmuebles, la reducción del diezmo, la supresión de la Compañía de Jesús y la reforma de las comunidades religiosas. Esta ley suprimía todos los monasterios de las órdenes monacales, prohibía fundar nuevas casas y aceptar nuevos miembros, al mismo tiempo que facilitaba 100 ducados a todos aquellos religiosos o monjas que abandonasen su orden. Los liberales buscaban con estas reformas aumentar los ingresos del Estado y quebrantar cualquier oposición religiosa a su política.

En este segundo objetivo consiguió un efecto contrario: el rey y sus partidarios decidieron hacer frente de modo activo al proceso revolucionario, y el rey con el apoyo del nuncio, se negó en principio a sancionar la ley. El enfrentamiento entre el rey y los liberales (tanto exaltados como moderados) fue constante, comenzando siempre con una actitud de firmeza por parte del monarca y terminando con su claudicación.

A partir de octubre de 1821 los exaltados provocan alzamientos y asonadas a lo largo de toda España. Aunque no llegó a una situación de guerra civil, el Gobierno tuvo que transigir con los rebeldes exaltados concediéndoles paulatinamente lo que en el fondo buscaban: una participación en los resortes del poder.

La pérdida de las elecciones de 1822 por los moderados y el que la intentona de la Guardia de Infantería de palacio fuera abortada por la Milicia Nacional y no por el Gobierno el 17 de julio hizo saltar el gobierno moderado de Martínez de la Rosa (Alias Rosita la Pastelera).


Milicia Nacional

A partir de julio de 1822 el poder lo ejercen los exaltados con el Gobierno de Evaristo de San Miguel primero y posteriormente, cuando ya había comenzado la intervención francesa, con el Álvaro Flórez de Estrada. La falta de autoridad del Gobierno se tradujo en un endurecimiento de la vida política con posturas irreconciliables y acciones extremistas como matanzas, deportaciones y destrucciones.

Y en este ambiente de odio, donde los revolucionarios casi luchaban entre ellos, la alianza entre el Púlpito, el antiguo régimen y la Corona, la llamada contrarrevolución realista, avanzaba. Empezó con pequeños alzamientos de “inconexas partidas guerrilleras” y terminó convirtiéndose en la primera guerra civil de la historia contemporánea en España.

La impotencia de los realistas para vencer al liberalismo, junto con la petición de ayuda de Fernando VII, forzó la intervención militar extranjera en los asuntos internos españoles decretada el 20 de octubre de 1822 en el Congreso de Verona. La invasión, que se encomendó a Francia por la desconfianza que provocaba en la cancillería austriaca la posible participación rusa, se inició el 7 de abril de 1823. No se produjo la resistencia popular que esperaba el Gobierno liberal y los tres ejércitos formados precipitadamente al mando de Espoz y Mina, Ballesteros y el conde de La Bisbal se rindieron sin apenas combatir.



Esto es, resumido, todo el recorrido del Trienio Liberal y de la Constitución de 1812. Pero retrocedamos hasta el año anterior al desastre, el año 1822. Hemos visto que el régimen Democrático estaba manga por hombro. Eso, por supuesto, influía en Las Merindades donde las bandas de Cuevillas y Zabaleta, desde ese verano, ejercían el dominio de la comarca, bloqueando Villarcayo. La guarnición de la villa, compuesta de algunos soldados de los regimientos de Bailén y Soria, apenas si podía controlar tierras de Losa y de la Merindad de Sotoscueva.

Entrado el otoño, los liberales pudientes de Villarcayo marcharon a Burgos capital sin que las victorias ante partidas Realistas les frenasen. E hicieron bien porque Villarcayo pasaba por afecta al régimen nuevo, real o por odio a Medina de Pomar que era Realista. Algunos autores añaden la disputa por el Juzgado de 1ª Instancia. Los realistas medineses, numerosos en las bandas de la fe (Otro nombre de los Realistas), no dejarían pasar la ocasión de fastidiar al vecino.


Reg. Bailén

La ocasión surgió con el fusilamiento del realista Gabino Fernández, confidente de la partida de Zabaleta. Al amanecer del 24 de noviembre de 1822, el grupo del brigadier Fernando Zabala, de cuatrocientos hombres, se lanzó gritando y disparando sobre Villarcayo. El destacamento constitucional y los voluntarios Nacionales del pueblo huyeron perseguidos de cerca por los Realistas. Resultado: La villa quedó desprotegida y fue saqueada.

Derribando puertas, quebrando ventanas, balcones, los Realistas cayeron sobre las casas y Palacios y, sobre todo, sobre lo que contenían. Imaginen: dinero, joyas, ropas, muebles, acaparados con la ayuda de amenazas, fueron “trasladados”, con la aquiescencia del brigadier, que desde una ventana de la plaza controlaba la requisa.

Don Teófilo López Mata, en su escrito, redondea la descripción con descripciones que entendía ofensivos: “(…) las gentes desnudas, al huir enloquecidas de los ultrajes de la soldadesca. Las ráfagas del pillaje azotaron despiadadamente al vecindario, esquilmado y lanzado en el breve espacio de unas horas a la miseria mas completa, citándose el caso de que un solo vecino perdiera, entre plata labrada, diamantes y dinero, la cantidad de doscientos mil reales, suma elevadísima dentro de la modesta economía de aquella época”

 
Al mediodía, la partida de Zavala abandonó el lugar. Señala don Teófilo que dejaron los cuerpos de tres soldados y de un voluntario nacional, aprehendidos en la razzia, salvándose cuatro constitucionales de la villa; que tomados como rehenes, llevaron hasta Orduña, donde fueron canjeados por dinero.

El alférez Fernando Diez de Villanías y quince voluntarios de Villarcayo llegaron, ya en diciembre, asustados y agotados a Burgos recibiendo cada uno el socorro de cinco reales diarios, concedido por el Ayuntamiento burgalés, impresionado por el lastimoso aspecto de los fugitivos.



El día 16 de Diciembre de 1822, desde San Sebastián, la “Gaceta de Madrid” informaba de los hechos de Villarcayo y completa la información. Esta transcripción nos permite descubrir los sistemas de propaganda Constitucional. Lean:

Al amanecer del 24 del pasado entró en Villarcayo el forajido Zavala con su gavilla de ladrones en número de 300 á 400 infantes y 100 caballos. Cometió los excesos más atroces, é hizo un horroroso saqueo. Entre los efectos robados se llevaron un considerable número de alhajas de plata, pertenecientes a varios ciudadanos de aquella población. Esta cuadrilla de forajidos se retiró a su guarida acostumbrada luego que supo que se acercaba una columna de valientes, que salió de Burgos al primer aviso. Parece que Cuevillas “el viejo” entró también el 27 en la misma villa, y se tiroteó con la expresada columna, retirándose hacia Losa, mientras que esta se reunía con otra de mas fuerza, al mando del comandante Oráa, azote de Merino, destacado sobre el camino de Briviesca para observar movimientos, proteger el convoy, y esperar en todo caso según mejor conviniese.

Por avisos posteriores se ha sabido que Zavala y Merino estaban el 2 en Orozco con 500 infantes y 200 caballos. El mismo día 2 salió el valiente general Torrijos de Pamplona para Lumbier á encontrarse con O´Donnell que tenia 2 o 300 (¿?) hombres. Guergué anda haciendo mil exacciones por los pueblos de la Rioja; pero no se pasaran muchos días, ni quizá muchas horas, sin que sepamos que estos tres principales grupos han sido desbaratados. Entonces se volverá á decir que muchos se restituyen á sus casas, que han quedado despavoridos, y de allí á cuatro días se les volverá á ver acuadrillados…, porque los pueblos, los ayuntamientos, y los clérigos sobre todo, lo querrán así. Lo fomentarán, ¿y no lo pagarán?

¿Hasta cuando pues hemos de estar dando pruebas irrefragables dé que somos los más fuertes, y de que sin embargo son los resultados cual si fuéramos los más débiles? ¿Transigen acaso los cabecillas, los principales agentes de la facción? Bien se ve que no; al contrario todo lo aventuran al éxito de la fuerza; ¿Pues, por qué no usamos nosotros de toda la que tenemos? Desengañémonos, la facción se vence; pero no se extermina en el campo del honor, porque la facción no lo tiene. Contra asesinos, ladrones y cobardes la única guerra que hay que hacer es la de quitarles encubridores, guaridas y cebo que los alimente”.

Curiosamente en la versión “canónica” no aparece la mención a los ajusticiados que hubiera servido como látigo de curas y absolutistas. Muertos que si aparecen en la “Relación histórica de las operaciones militares del cuerpo de guipuzcoanos realistas acaudillados por el presbítero coronel D. Francisco María de Gorostidi desde su formación en defensa de su religión y de su Rey hasta la suspirada libertad de su Majestad y su familia escrita por una comisión de oficiales del Primer Batallón de Guipuzcoa quienes la dedican a la M.N. y M.L. provincia”.

Tras explicar los movimientos de tropas Realistas y Liberales, exponen las razones para desplazarse a Villarcayo: Reducir la presión sobre las Vascongadas. Respecto al saqueo indican que, bueno, fue fruto de “un calentón” tras el sufrimiento del ataque y que no era algo organizado (lo cual contrasta con las versiones Constitucionalistas y la que posteriormente sería práctica carlista). Nos dice también que avanzaron desde Orduña por lo cual pasarían por Trespaderne y Medina de Pomar, sin tocarles. Comenta, además, una escaramuza en el Valle de Losa.

“Terminada así esta acción nos retiramos á Aramayona, y los enemigos á Ochandiano, en cuyo camino encontraron la columna de Jáuregui, que venia á todo andar con esperanza de hallarse en el combate; pero de todos modos dejaron de perseguirnos, por que Jáuregui, se retiró á Guipuzcoa, el Jefe político de Bilbao á esta villa y D. Julián Sánchez regresó con celeridad á Santander, en cuya provincia Cuevillas aprovechándose de su ausencia había hecho una incursión hábil y atrevida. De esta manera pudimos estar con algún descanso varios días en las inmediaciones de Orduña, donde se nos incorporó el Sr. Zavala: y vino también al mismo sitio á refugiarse con nosotros el Sr. Merino con las reliquias de su gente., que pudo salvar en medio de la persecución viva y tenaz, que después de diferentes combates desgraciados sufrió durante muchos días; sin que tantas desgracias y miserias hubiesen podido abatir su corazón magnánimo. De esta manera todos reunidos descansábamos tranquilamente reponiéndonos para muchas empresas, y nuestros jefes conferenciaban principalmente sobre el modo de sostenernos durante el invierno que era cruel. El enemigo por su parte no se descuidaba, destinó á Vizcaya dos regimientos, tres á Guipuzcoa y otros tres á Álava: en este estado creímos conveniente el llamar su atención seriamente hacia la provincia de Burgos, y al efecto se puso la mira en Villarcayo, para donde salieron los Srs. Zavala y Merino, con una fuerza de 100 caballos y 500 infantes, guipuzcoanos y vizcaínos: nuestro coronel Gorostidi y Artalarrea, no fueron á esta expedición y se separaron desde las inmediaciones de Orduña, con alguna poca gente, con el objeto de reunir los destacamentos sueltos de ambos batallones y llamar con ellos la atención del enemigo, en Vizcaya y Guipuzcoa.

Nuestra columna expedicionaria, habiendo andando toda la noche, llegó el 24 al amanecer á Villarcayo después de haber rodeado esta villa, mandó el Sr. Zavala principiar el ataque, en que el enemigo tuvo desde luego tres muertos y algunos seis heridos, pero la guarnición compuesta de algunos 200 hombres de toda tropa, abandonó sin mas resistencia este pueblo, en el que los jefes quisieron hacer observar á nuestra tropa una buena disciplina, pero como se había peleado por las calles en guerrillas, aunque la tropa cercana á los jefes estuviese en formación, no se pudo evitar el que varios soldados de estas hubiesen entrado desbandados en las casas y cometiesen tal vez en ellas algunos excesos, que aunque sensibles era irremediables.

Se disminuye en la retirada la columna expedicionaria. Gorostidi reúne los dispersos.

El Sr. Zavala y Merino, pasaron con su columna á Losa; en este intermedio la guarnición de aquella villa, se había replegado á una columna al mando de Manresa, y en combinación con otra de Santander, vinieron á atacar á la nuestra á Losa, pero aunque evitó su encuentro aquí, se halló de nuevo alcanzada en Villalba por la columna enemiga de Bilbao, al mando del coronel De Pablo, con la cual escaramuzó la nuestra, mas de media hora, y desembarazándose así de este ataque, continuó sin ser inquietada su marcha á Orduña, donde llegó con mucha disminución, por que la viva persecución que había sufrido en su retirada había causado mucha dispersión en esta columna, ayudada tal vez del disgusto que tenían en andar por aquella parte: nuestro Coronel y Artalarrea se hallaban á esta sazón en las inmediaciones de Guernica, donde se les fueron reuniendo todos estos dispersos en gran número. Merino regresó desde Orduña á principios de Diciembre al teatro de su gloriosa campaña en Castilla, y el Sr. de Zavala le dio un refuerzo de 200 caballos y 400 infantes, bien que estos á breve tiempo volvieron atrás no acomodándose á vivir entre solos castellanos: Cuevillas se separó también en Orduña dirigiéndose con su gente hacia la Montaña.”

Francisco María Gorostidi, sacerdote, tomó parte activa en las revueltas constitucionales, y fue coronel del "cuerpo de guipuzcoanos realistas", que se organizó en 1822. Fernando VII, en premio de sus servicios, le concedió una canonjía cardenalicia en Santiago de Compostela.



Vale, sabemos cual era la situación de esos años y hemos explicado lo que pasó en Villarcayo. Nos falta conocer a sus protagonistas:

Jerónimo Merino Cob: (Villoviado 1769-Alencón 1844). Segundo hijo, de doce, fue un niño de cuerpo larguirucho, delgado, de rostro cetrino y ojos muy negros y penetrantes; serio para su edad, hablaba poco y tenía pocos amigos. Uno de ello el cura párroco de Villoviado, don Basilio, que le inculcó la vocación hacia el servicio de Dios.

Fue paje del cura de Covarrubias que le enseñó unos pocos latines y teologías durante tan sólo un año y medio. Con estos mimbres teológicos representaba el típico “cura de misa y olla” Merino era de poca inteligencia pero de fabulosa memoria y gran astucia, carácter orgulloso, terco y minucioso, intuitivo y anárquico, callado, frío y poco comunicativo. (¡Jo, un líder nato!)

El 16 de enero de 1808 un destacamento de cazadores franceses pernoctó en Villoviado. Por la mañana, el oficial francés, falto de acémilas, cargó sobre el cura Merino los instrumentos musicales del regimiento. En Lerma dejó este servicio y vuelto a su pueblo rasgó su sotana cogió una escopeta en la venta de Quintanilla y al primer francés que vio descerrajó un tiro.

En la lucha, sólo si estaba en condiciones de superioridad respecto a los franceses, atacaba. Formó una milicia y sus cuadros de mando. También se le ocurrió que cada guerrillero debía llevar consigo dos caballos, uno de repuesto. Otra medida fue el sistema de correos y espionaje que montó.

El Empecinado ayudó a Merino a formar su primera guerrilla. Aun estaban lejos los tiempos en que aquél se convirtiera en comunero tragacuras. Terminó la guerra como brigadier y con el cargo de gobernador y comandante militar de Burgos, pero fue un nombramiento de breve duración. Marcha a Madrid y conocerá al Rey al haberse negado a leer en la misa, la Constitución de Cádiz (1813). Ganó así una canonjía en la catedral de Palencia. Pero tras un altercado armado regresa a Villoviado.

Al inicio del Trienio Liberal, Merino, decide unirse a los que consideran la Constitución como un «trágala». Se va al monte de nuevo y alza a 1.400 mozos a sus órdenes. Frente a él estará Juan Martín (el Empecinado). En Salas de los Infantes traban ambos combate y pierde el cura. La suerte cambiará en Tordueles, a orillas del Arlanza. Merino será apresado en el mismo Tordueles, por don Eugenio de Aviraneta, su antiguo teniente, ahora secretario del Empecinado. Le lleva a la cárcel de Lerala de la que en pocas semanas estará de nuevo libre y dispuesto a seguir su particular pugilato con sus enemigos y consigue hacer salir a toda prisa de Valladolid al Empecinado y a Aviraneta, mientras los realistas de la ciudad se lanzan a la calle y las campanas de las iglesias celebran ya la victoria del cura.



En 1822 Merino es cobijado en las Clarisas de Lerma, escapando del Empecinado. En el convento pasa algunos meses y cuando se reincorpora a la lucha, el día 2 de enero de 1823 será derrotado y de nuevo, el día 6. Esta situación se repite unos días más tarde cuando tiene que correr ante el general Obregón, en Roa.

El 11 de octubre de 1823 los realistas de Lerma piden una recompensa para Merino. Fernando respondió con un nombramiento de mariscal de campo para el cura con destino a Segovia. Pero el cargo será por poco tiempo. En su retiro de Villoviado da la impresión de que busca ahora la paz.

Muerto Fernando VII, Merino vuelve a las andadas y dos semanas después del óbito se encontraba a la cabeza de una tropa de 11.000 hombres. La caga en Montes de Oca y marcha a Portugal, a entrevistarse con don Carlos, en la que se enfrentaron dos caracteres. Uno altivo y radical, Merino, y vacilante y bonachón, don Carlos.

Regresa a España como comandante y jefe del Ejército de Castilla la Vieja. Y, sigue fastidiándola. Merino es un guerrillero, no un militar. Zumalacárregui le recomienda que divida a sus hombres de cien en cien y se aplique a hacer la guerra en tierra de Burgos. La guerra acabaría mal para don Carlos y éste se fue adentrando en las provincias norteñas y luego en Francia. Merino hizo lo mismo y tuvo que expatriarse también. Sus restos serán repatriados en 1968 y enterrados en Lerma.

Manuel Fernando Zavala Vidarte: Militar. Nacido en Meñaca (Vizcaya) el 29 de mayo de 1788; fallecido en Madrid el 4 de diciembre de 1853. Casado dos veces, sus cinco hijos nacieron y se criaron en Munguía, zona de la que era todo su entorno familiar.

En 1808 estudiaba matemáticas, abandonándolas para alistarse en una partida contra los franceses. El 1 de noviembre de 1809 pasó al 1er Batallón de Infantería de Voluntarios de Vizcaya, donde ascendería hasta sargento 1º. En noviembre de 1811 pasó al Regimiento de Cazadores de Caballería de Vizcaya, tomando parte en las acciones de Guernica y Nabarniz. El 8 de mayo de 1812, se le nombró subteniente de caballería con destino a la División que se estaba organizando en el Señorío. Unos meses más tarde fue ascendido a alférez, y poco después se incorporaba al Regimiento de Húsares de Cantabria. Participó en la batalla de Vitoria y en el control del Bidasoa para evitar el regreso a España de las tropas francesas que huían.

Tras deambular por diversas unidades y solicitar destinos que no eran aceptados, ante la posibilidad del envío a ultramar, solicitó el retiro. Según su testimonio, en junio de 1820, recibió órdenes a través del general Pedro Agustín Echebarría para "reunir y formar tropas que operasen contra el llamado sistema constitucional". Abandonó su residencia de Munguía y se trasladó a Guipuzcoa. Gaspar Jáuregui, a quien había propuesto unirse a la sublevación, denunció sus actividades, y. en consecuencia fue apresado. Durante el traslado de San Sebastián a Bilbao, fue liberado por sus colaboradores. A pesar de ello fue juzgado en rebeldía y condenado a la pena de muerte.

Tomó parte en la sublevación de Salvatierra, y en la primavera de 1822 sostuvo diversos enfrentamientos en la provincia de Vizcaya contra las tropas liberales; mientras fue engrosando sus tropas hasta alcanzar la cifra de 9.000 infantes y 300 caballos. El 24 de agosto de 1822, se reunieron en Villanueva de Araquil (Navarra) los distintos responsables de las guerrillas realistas de las tierras vascas y acordaron nombrar a Zavala comandante general y presidente de la Junta Gubernativa interina de las tres Provincias Vascongadas.

Su actividad fue premiada por la Regencia con el ascenso a coronel y el nombramiento de comandante general de las Provincias Vascongadas. Puesto al frente de una División participó en las acciones de Añorbe, Echarria, Amar, Estella (14.10.1822), Dicastillo (15.10.1822) y Villarcayo (24.11.1822). El marqués de Mataflorida le responsabiliza de ser uno de los elementos fundamentales de la Regencia de Urgell.

El general Francisco Eguía le confirmó en su puesto de comandante general de las Provincias y le ascendió a brigadier. Poco después era nombrado mariscal de campo (1.03.1823). Eguía le consideraba uno de sus mejores hombres, por lo que para manifestarle su aprecio le proporcionó "la ocasión de entrar triunfante en Madrid", al mando de la Segunda Brigada de las tropas vascongadas, bajo las órdenes del mariscal de campo Vicente Quesada. Las desavenencias entre ambos motivaron que éste le desposeyese del mando, cuando se encontraba en Segovia y le fijase la residencia en Madrid.

Derrotados los liberales y restablecidas las instituciones abolidas por la Constitución, las Juntas Generales de Vizcaya nombraron por aclamación a Zavala diputado general por el bando gamboino. Pero el Gobierno no le dejó salir de Madrid. A fines de 1823 reclamó contra su situación, mientras solicitaba el restablecimiento de la Inquisición y reclamaba contra el general Quesada, quien había marginado a los realistas, admitiendo en el Ejército a los impurificados.

Al mismo tiempo se vio obligado a hacer frente a las acusaciones de los vecinos de Laredo y Villarcayo, que acusaban a las tropas de Zavala de comportamientos vandálicos durante la guerra contra los constitucionales. Dichas acusaciones fueron sobreseídas (21.07.1825), al considerar la poca disciplina de las fuerzas guerrilleras y la resistencia que habían realizado los liberales en ambas villas.

Restablecido el poder absoluto de Fernando VII, le fue reconocido el empleo de coronel vivo y efectivo de caballería, se le concedió la licencia ilimitada y posteriormente pasó a la situación de excedente. El Consejo Supremo de Guerra le negó el reconocimiento del nombramiento de mariscal recibido durante su actividad guerrillera.


Fernando Zavala

El 30 de enero de 1827 fue nombrado jefe de brigada interino de los Voluntarios Realistas de Palencia. Tres años más tarde fue ascendido a brigadier reconociéndole la antigüedad de su nombramiento en el Trienio; puesto a las órdenes del capitán general de Guipúzcoa se le encomendó el mando de los Paisanos Armados de las Provincias Vascongadas. Su principal misión consistía en exterminar las fuerzas liberales de Mina que habían entrado desde Francia.

Poco después se retiró a su casa de Munguía y comenzó su actividad política. En 1831 fue elegido representante de la anteiglesia de Munguía, en las Juntas Generales celebradas en Guernica. En 1833 volvió a acudir a Guernica en representación de Munguía. Fue propuesto para Diputado General Gamboino, resultado elegido en primer lugar, por lo que pasó a desempeñar, en unión de Pedro Pascual de Uhagón, el puesto de diputado general. Al producirse el fallecimiento de Fernando VII, asumió la dirección militar del levantamiento militar en su provincia, en calidad de comandante general de Vizcaya y envió fuerzas a los territorios cercanos a fin de extender la sublevación.

Durante la primera guerra carlista conoció el favor del pretendiente (llegó a Mariscal de Campo) y la caída en desgracia (con la desposesión de todos sus cargos) y su confinamiento a la espera de destino. Volvió al favor Carlista y participó en el sitio de Bilbao, en la batalla de Oriamendi y en la Expedición Real en calidad de Ayudante de Campo de S.A. el Infante don Sebastián Gabriel.

Tras el abrazo de Vergara, Zavala fue uno de los generales que acompañaban a la escolta de don Carlos en el momento de cruzar la frontera hispano francesa. Por orden del Pretendiente permaneció junto a la frontera en espera de encontrar la oportunidad de regresar a España, hasta que fue detenido por la policía francesa.

En 1849 se acogió a la amnistía decretada el 8 de junio, tras la guerra de los matiners, y el 13 de agosto recibió el pasaporte de manos del Cónsul español en Bayona. Seis días más tarde llegaba a Bilbao, desde donde se trasladó inmediatamente a Munguía. En cuanto militar quedaba en situación de cuartel a las órdenes de uno de sus compañeros en el bando carlista, el teniente general Antonio Urbistondo, que en ese momento ocupaba la Capitanía General de Navarra y las Provincias Vascongadas.

Su máxima preocupación a partir de ese momento fue lograr el reconocimiento de los ascensos y recompensas conquistados en las filas del Pretendiente. Con tal finalidad se trasladó a Madrid el año 1850. Todos sus intentos resultaron vanos.

Ignacio Alonso Zapatero (Cervera del río Alhama 1767- Portugalete 1835?) Fue llamado Cuevillas por el lugar de procedencia de su padre. En 1791 Ingresó en el resguardo. Dos años después fue trasladado a la Ronda de Santo Domingo de la Calzada, ciudad en la que ascendió a la categoría de teniente montado y cuyas tierras circundantes llegó a conocer bien, convirtiéndolas en el futuro en el escenario de muchas de sus acciones. Allí permaneció hasta 1801, cuando fue destinado a Lora para pasar en 1804 a Castro Urdiales como cabo principal de Ronda. Fue durante estos años en el Resguardo, donde Cuevillas aprendió a perseguir por terrenos agrestes y mal comunicados, a bandidos y contrabandistas. Un oficio este último que, según algunos autores, él mismo había desempeñado durante su juventud.


Carabineros de Resguardo

La participación de Cuevillas en la contienda tuvo lugar desde los inicios de la revuelta contra los Bonaparte. Así lo parece indicar que en la temprana fecha de 23 de junio de 1808 fuese nombrado coronel de Guerrillas.

Casado con Catalina Remon, enviudó poco antes de iniciarse la Guerra de la Independencia, en la que se destacó como guerrillero en numerosos enfrentamientos con el ejército francés. El 4 de mayo de 1810 contrajo nuevas nupcias con Dominica Ruiz de Vallejo y Torre quien, a partir de ese momento, le acompañó en todas sus correrías. Y no solo ella sino que su primogénito, Ignacio Alonso Remon o Cuevillas el Joven, también. Resultó llamativo que le acompañase su esposa, natural del valle de Mena, pero era una amazona soberbia que cabalgaba al «estilo americano» y que protagonizó numerosas coplillas:

"La mujer de Cuevillas
gasta calzones
y se monta a caballo
como los hombres"

Dominica no sólo colaboraba con su esposo en las labores de intendencia y vitualla -además de cuidar a la familia- sino que también era un soldado más. Cuentan las crónicas que en Santo Domingo de la Calzada segó la vida de tres soldados galos.

Una cojera y varios desencuentros con el militar liberal Tomás Renovales hicieron que en 1812 Ignacio Alonso, por aquel entonces comandante de Guerrillas y capitán de Húsares de Cantabria, pasase, por orden gubernamental, a la categoría de retirado, siendo recompensados sus servicios con el empleo de comandante general de los Resguardos de la provincia de Burgos. Y luego de los de Palencia.

En 1821 encabezó una partida contra la Constitución; al año siguiente la Regencia de Urgell lo nombró comandante general de La Rioja y de las Merindades de Castilla la Vieja. En 1823 tomó el mando de la 2ª brigada, a las órdenes de Vicente de Quesada y, poco después, era nombrado Gobernador de Burgos. Sus méritos militares le merecieron ser designado comandante de las armas de Bilbao en 1824 y, en 1825, brigadier. Separado de las armas en 1833, se sublevó de nuevo en Burgos a favor de Don Carlos y participó en las contiendas que después se siguieron.

Marcelino Oráa Lecumberri, Beriáin (Navarra) (1788 - 1851) Militar español que tuvo gran relevancia durante la Primera Guerra Carlista. Llamado por sus soldados "el Abuelo" y por los carlistas "Lobo Cano".

Guerrillero en Navarra con Francisco Espoz y Mina, acabó la guerra siendo un gran conocedor del territorio vasco-navarro. Estuvo encargado de escoltar a los soldados franceses hechos prisioneros por el caudillo navarro hasta las playas guipuzcoanas donde eran entregados a la armada inglesa. De ésta recibía armas y municiones que a su vez transportaba a Navarra. Gran resonancia tuvo cuando consiguió llevar desde la playa de Deva en Guipúzcoa hasta Navarra un pesado cañón de batir que le entregó un buque británico, empleando para el transporte bueyes que lo arrastraban por los caminos de montaña durante la noche y que relató Benito Pérez Galdós en sus “Episodios Nacionales” y en una novela de Cecil Scott Forester que fue llevada al cine (Pero el argumento de ambas no guarda relación con el hecho realizado por Oráa).

Continuó en el ejército durante la paz, y fue ascendido a coronel en 1829, siendo nombrado en 1831 jefe del Regimiento Inmemorial Dado su buen conocimiento del territorio en el que operaba Zumalacárregui durante la Primera Guerra Carlista, fue el jefe isabelino que con más éxito consiguió enfrentarse a la táctica guerrillera del jefe carlista. Actuó en el sitio de Morella, tomada por Ramón Cabrera, fracasó y se retiró a Alcañíz.


Marcelino Oráa

El fracaso del sitio de Morella provocó una crisis ministerial en Madrid, de la que dan buena cuenta los Diarios de Sesiones de Las Cortes de la época, y el gobierno decidió la sustitución del general Oráa por el mariscal de campo D. Antonio Van Halen al frente del ejército del Centro

En marzo de 1840 es nombrado gobernador y capitán general de Filipinas. Senador electo por Navarra en 1840. Desde el primer momento promovió obras útiles como fomentar la enseñanza, dictar un reglamento para el puerto, perseguir a los malhechores, etc., pero no siempre consiguió la aprobación en el terreno político, mostrando algunos su disgusto por el rigor con que procedió Oráa en las dos represiones que hubo de efectuar.

Relevado en 1843, regresa a la Península, siendo nombrado vicepresidente de los Negocios de Ultramar, y cuatro años más tarde pasa a ocuparse del Despacho Universal de Guerra. Empeorada su salud, abandona los cargos oficiales, y regresa a su lugar de nacimiento, donde falleció.

Oráa adquirió gran reputación en el Norte por sus marchas rápidas y arriesgadas y su movilidad extraordinaria. Escribió una obra de justificación política y militar titulada “Conducta militar y política del Teniente General D. Marcelino Oráa”. Ed. Fortanet, Madrid, 1851.



Bibliografía:
“Burgos, capitanes insignes II” de Fray Valentín de la Cruz.
“Villarcayo, capital de las Merindades” de Manuel López Rojo.
Historia de España (La revolución Frustrada) de Salvat.
Enciclopedia Auñamendi.
“Los episodios Nacionales” de Benito Pérez Galdós.
“Burgos durante el periodo constitucional” de Teófilo López Mata.
NYPL.
Foro El Gran Capitán.
Navarros Ilustres.

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